Mark Lanegan

Texto: María Nieto

No es la primera vez que Mark Lanegan visita España. Su voz grave y firme y su aura de deidad country atormentada son ya un referente dentro del ciclo SON EG, y desde luego encarnan a la perfección el espíritu del American Autumn, ese hermano americano y melancólico que siempre trae alegrías a la familia sonora de Estrella Galicia.

Con estos precedentes, los cientos de habitantes de la Sala Capitol sabían lo que se iban a encontrar en el concierto del pasado 24 de noviembre… ¿lo sabían? ¿o creían saberlo? Porque Lanegan estrenaba disco en este concierto -apenas un mes de vida tiene ‘Somebody’s knocking’-, y porque el bardo de Ellensburg tiene lo que todos los genios: tendencia a sorprender. Así que la frase más repetida centre los fans de Lanegan era “está desatado”.

Y lo estaba. Pero empecemos las cosas por el principio.

Lanegan llegaba a Galicia con su flamante nuevo álbum bajo el brazo, y teloneado por Simon & Bonney: guitarra, violín, tutú rosa y voz desgarrada, actitud lánguida sobre el escenario y temas de aire melancólico… todo hacía indicar que la noche americana discurriría por los derroteros previstos.

Y entonces seis artistas completamente vestidos de negro subieron al escenario. Lanegan, con sus gafas de pasta y su altura demencial a la cabeza. Y comenzó la magia.

El que fuera líder durante los ochenta y noventa de uno de los grupos más destacados de la escena grunge de Seattle, Screaming Trees, con toda su aura torturada, con su voz profundísima, con sus letras melancólicas… comienza a moverse rítmicamente sobre el escenario. Sí, sus temas siguen hablando del dolor de estar vivo, de la tristeza de los amores perdidos y del vacío que todo lo llena, pero esta noche -solo esta noche- la intención de la banda es meter todo esto en una coctelera y servirlo bien frío y aderezado con sal. Ya volveremos a lo de siempre mañana, hoy toca darlo todo.

La concurrencia, que acudía convencida de que el concierto sería grandioso, sí, pero no alegre y animado, mitiga su asombro cerveza helada en mano y se decide: hemos venido a disfrutar.

Lo nuevo de Lanegan tienen tintes electrónicos y aura soul, y combina con éxito los palos de triunfo asegurado de la americana con una puesta en escena asombrosa e hipersobria -ni una luz enfocando al artista, la mayor de las penumbras sobre el escenario, y toda a luminosidad de una voz que ha marcado la historia de la música de una forma personalísima y esencial-. Suenan algunos clásicos, como Deepest Shade, Blind o Carnivale, pero es ‘Somebody’s Knocking’ el álbum que centra el directo. Y con mucho éxito, cabe destacar.

Hay algo de Cohen y bastante de Cave en este Lanegan sorprendente, libre y desinhibido que llena la Capitol con su voz de barítono y esa media sonrisa que intuimos más que vemos. Hay ganas de sorprender -Penthouse High es de todo menos previsible- y una lucha constante contra una oscuridad que en realidad domina.

Y hay vida. Porque esa noche lo más repetido en la sala Capitol era “está desatado”. Y cuando un pura sangre se suelta, no hay mejor alternativa que disfrutar de su libertad.