Texto: Miguel Ángel Ruiz

Navegar por las aguas bravas del flamenco es un gran desafío. Este género musical, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, esconde multitud de callejones oscuros, de recovecos excavados en la roca de la historia por cada guitarrista y cada cantaor. Es algo enorme, totémico, pero también maleable. Eso sí, se necesita el fuego adecuado, la temperatura adecuada, y el herrero adecuado.

Aquí es donde juega su papel Rocío Márquez. Experta en explorar las fronteras que ella misma dibuja usando el sentimiento infinito que brota de su voz como única brújula. La misma voz que utilizó para comenzar su concierto el pasado jueves en el Teatro Lara, por momentos recitando, por momentos cantando, ‘Llegar a la Meta’. La cuarta cita de la gira de celebración del décimo aniversario de SON Estrella Galicia comenzó por todo lo alto, con la piel de gallina.

Tras la primera ovación de la noche pasaron al escenario los otros dos protagonistas de la noche, Juan Antonio Suárez Cano “Canito” a la guitarra y Agustín Diassera a la percusión, para interpretar ‘Trago Amargo’. Los tres compañeros en este viaje hacía los límites del arte y el alma se sobrarán y bastarán para ofrecer un espectáculo inolvidable y lleno de verdad, que todos los que se dieron cita en “esta cajita de bombones”, como definió la cantaora onubense el Teatro Lara, degustaron con la avidez de los que saben que están presenciando algo único.

Rocío Márquez basó su concierto en las canciones de su último trabajo ‘Visto en El Jueves’, paradigma de esa reinterpretación del flamenco que es capaz de hacer que cualquiera lo sienta familiar, a veces utilizando códigos musicales de primos lejanos como el blues o el soul que se enroscan en ‘Entorna la Puerta’, a veces utilizando melodías y versos tan populares que es imposible no haberlos escuchado con anterioridad, como en ‘Luz de Luna’, ‘Se nos rompió el amor’ o ‘Andaluces de Jaén’. No es tarea fácil conseguirlo, y menos con la solvencia con la que lo consigue Rocío Márquez.

Hasta dos bises tuvo que hacer la cantaora, con el Teatro Lara puesto en pie, antes de poder terminar el concierto, llegando a la cumbre con ‘Yo soy águila imperial’. Desenchufados, a viva voz, sin electricidad ni altavoces que puedan distorsionar el mensaje de esperanza con el que se puso fin a una noche digna de guardar en la memoria para siempre.