Texto: María Nieto

 

La primavera ha llegado a A Coruña. El día ha amanecido soleado y la tarde ha regalado a los coruñeses 20 grados junto al mar. Es domingo, el madrugón del lunes se cierne sobre casi todos y las terrazas apuran los últimos rayos de sol. Con este panorama parece complicado conseguir que un concierto cuelgue el cartel del sold out, pero lo de Nikki Hill no es solo un concierto, y las 300 almas congregadas en el Garufa Club esta noche lo saben.

Bienvenidos a la religión verdadera, hermanos. Despójense de todo bien material en la puerta y abracen la voz, el carisma y el talentazo de esta voz capaz de hacer que un domingo por la noche sea una verbena. Aleluya.

Hill sale al escenario saludando en castellano y los fieles se desmelenan. Ha comenzado el culto. Aquí no hay reglas, hermanos, y la suma sacerdotisa de este quinteto lo deja claro desde el principio: “no tengáis miedo de gritar, cantar, bailar… haced lo que os apetezca, demonios”. Y lo que apetece es alabar ese ritmo que no te permite parar. Puro fuego que quema las entrañas del más escéptico obligándole a postrarse ante la verdad absoluta: el soul salvará nuestras almas, al menos esta noche, así que abrimos otra Estrella Galicia fría para refrescar las almas y los cuerpos y volver a la pista. Que las lentas también son de dios, amigos, y en la cálida y sugerente voz de Hill son además sensuales y melosas, como una fruta madura en una tarde calurosa de verano.

 

 

Nikki Hill estrenaba álbum el pasado noviembre, un disco cuyo título es una declaración de intenciones. Feline Roots no es más que poner negro sobre blanco, acordes sobre voz, lo que es una verdad a gritos cuando la banda se sube al escenario: todo es felino en el directo de Hill. Sus movimientos suaves y sugerentes, las guitarras escandalosamente sexys, las percusiones que hacen vibras las cajas torácicas del público sin pudor… y la voz. Esa voz. Esa mezcla inusual y arrebatadora entre Aretha, Turner, Ross, Gaynor y Simone. Ese timbre que parece acariciar las palabras para terminar por hacerlas saltar por los aires cuando las guitarras lo requieren. Esa sonrisa con que la hace brotar de su garganta, como si fuese sencillo, como si fuese humano. Estamos asistiendo a un milagro y lo bendecimos con otra cerveza fría, porque no solo del mejor R&B vive el fiel de esta iglesia.

Han bastado 25 minutos de directo para que la sala entera se venga arriba. No queda un alma por saltar, cantar, gritar y bailar y Hill ha recorrido media discografía sin pudor. Esta suma sacerdotisa sabe darles a sus fieles lo que necesitan. Y entre hit y hit cuela de rondó algunos temas nuevos, que, francamente, son la constatación del talento en estado puro. De eso, y de una verdad que trasciende cualquier creencia: la música como la de Nikki Hill hay que vivirla en directo. No existe en la tierra formato de grabación, ni analógico, ni digital ni hectoplásmico, capaz de recoger con la fidelidad suficiente el sentimiento, la sensación, la emoción genuinamente feliz que se desprende de directo de esta banda.

 

 

Sobre el escenario la banda hace su magia. Una liturgia cargada de significado, donde cuatro músicos absolutamente magníficos de riguroso y académico negro acompañan a esta mujer que está, reconozcámoslo cuanto antes, fuera de esta órbita humana. Toda ella elegancia, toda ella fuerza. Ataviada con un turbante, aros en los lóbulos, un top floreado y unos sencillos vaqueros, Hill nos pregunta si estamos listos para bailar y se transforma en una reina voodoo, marcando nuestros pasos con su voz.

Hill cede protagonismo a su guitarra en pleno éxtasis popular y este se marca un solo en primera línea de escenario que deja a la parroquia al borde del colapso de felicidad. Y justo entonces la diva grita “Are you ready to dance, A Coruña?” y arrancan los acordes de un rock clásico, pensado para bailar dejándonos llevar por la música, como se baila en las películas, como bailamos cuando creemos que nadie nos mira, como bailamos cuando somos felices… como nunca debimos dejar de hacerlo. Las parejas se marcan pasos contenidos solo por él minúsculo espacio que el sold out permite y sobre las tablas la guitarra enloquece de nuevo. Se suma la segunda guitarra, el bajo, la batería. Hill baila enardecida y una mira hacia los lados esperando ver aparecer a Chuck Berry de un momento a otro, porque si estos cinco han podido resucitar un domingo coruñés de modorra de marzo bien pueden resucitar a los muertos… aunque no les haga falta.

 

 

“Este es nuestro último concierto de la gira española”, anuncia Hill para cerrar el bolo “esta es una de mis canciones favoritas. Se llama Break Away. Si os la sabéis cantad, si no, simplemente bailad”. Y vaya si bailamos. Bailamos tanto que olvidamos el fin de mes, los problemas laborales, los males de amores y hasta que era domingo, porque así es como se debe bailar, y como debe vivirse un directo: como si lo fuesen a prohibir.

Dos horas de liturgia. Sin parar. Sin descanso. Y los fieles pidiendo más a gritos, porque la salvación eterna engancha y este culto es de los que provocan adicción. Dos veces salieron los de Hill de regreso desde su sacristía hasta las tablas porque la concurrencia no estaba dispuesta a cerrar el domingo sin sentirse completa y absolutamente bendecida.

Congratulémonos, hermanos y hermanas, porque nuestras almas están salvadas. El R&B ha resucitado, mejorado, entreverado de guitarras que suenan a puro rock y baterías que marcan el latido, y ha elegido a Nikki Hill como profeta. Qué suerte haber vivido el milagro en cuerpo, sudor y alma.

 

 

Fotos: Pablo Rodríguez