Hemos vivido inmersos en un otoño que jugueteaba con lo cálido y en el que el sol, ya lejano, aún se esforzaba en brindar unos rayos que intentaban disimular la época del año en la que estamos. Otoño parecía estirar tímida y disimuladamente el final del verano esperando una señal que tenía que venir en forma de declaración musical. No ha sido hasta la llegada de Alela Diane, su socio Ryan Francesconi y el proyecto de ambos, “Cold Moon” (Believe Recordings, 2015), cuando se ha abrazado definitivamente al frío, esperando que la de Portland visitase Madrid en una nueva cita dentro del American Autumn 2015 que traspasó ayer su ecuador en la sala El Sol con la presentación en directo de un álbum hecho para sumergirse en el frío con regocijo y placer.  

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Subida al escenario y con la petición de Francesconi de que el técnico de luces iluminase por completo la sala tras sonar la canción que bautiza el álbum, Diane quiso dejar patente que su visita a Madrid era conjunta, el resultado de una suma de dos mundos musicales que han encajado para dar un trabajo estremecedor y primoroso que eleva el sonido acústico el folclore estadounidense y que en el directo de anoche se volvía aún más hipnotizante y magnético.

“Cold Moon” es el resultado de una carrera que no se entendería sin comprender la vida privada de Diane. La estadounidense volvió a sus orígenes en su anterior álbum, “About Farewell” (Rusted Blue, 2013) y que vino tras la separación de su primer marido, músico que formó parte de “Alela Diane & Wild Divine” (Rough Trade, 2011), un trabajo más colorido y apartado de sus inicios. Su regreso a lo primario, un trayecto hacia sus primeros pasos pero con mayor templanza, madurez y calidad, ha acabado por traernos a una Diane en su mejor momento acompañada por un Ryan Francesconi que sabe sacar jugo a artistas de la calidad de la de Oregon o Joanna Newsom, que cuenta en sus giras con la guitarra de clase y profundidad del también originario de Portland.

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Sonriente, bromista y practicando un castellano aún por macerar, Diane aseguró al principio de la noche que se encontraba un poco cansada. Su voz parecía alejada de ese estado, en perfecta armonía y subiendo la apuesta de lo escuchado en su último trabajo. Jugando con los silencios, con los punteos profundos de Ryan Francesconi, con los ecos de la violinista Mirabai Peart -compañera de andanzas del guitarrista y también violinista de Joanna Newson en sus giras-, el directo se convirtió en una clase maestra de explotar fronteras musicales con recursos mínimos, llegando en la interpretación de “Shapeless” a uno de los grandes puntos de la noche. Repetitiva, creciente, de atmósfera gélida como un bosque blanco, abrupta dentro de su tremenda belleza, se convirtió en gran momento y el mejor ejemplo de la magia tranquila que el combo ha sabido combinar.

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En las noches perfectas siempre deben existir sorpresas y la de ayer fue un debutante en los escenarios madrileños; Vikesh Kapoor. De padres hindús y migrantes que un día dejaron India rumbo Estados Unidos en busca de un futuro mejor, Kapoor se ha impregnado del sacrificio de sus progenitores y lo ha bañado de la tradición estadounidense para vestir canciones que hablan de trabajadores y perdedores recuperando a Pete Seeger y Woody Guthrie. Su directo convenció al público, que acabó ovacionando al joven tras ofrecer las canciones de su debut, “The Ballad of Willy Robbins” (Mama Bird, 2014) con entrega, fiereza y espíritu tras comenzar a moldear una noche de otoño que esperaba al frío con música hecha de belleza.

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