Fotografías: Lolasartphoto

Cuando terminó de sonar “Aire puro”, Pablo G. Díaz estiró los brazos moviendo los omoplatos de forma eléctrica, a sacudidas; un tic con el que certificar las buenas sensaciones, como un púgil que se sabe vencedor tras los golpes certeros endosados en el primer round. Al otro lado del cuadrilátero estaba un madrileño Teatro Lara lleno. Un año atrás, Díaz, conocido en la música como Pablo Und Destruktion, era un hombre con un álbum brillante (“Sangrín”) que tocaba para un puñado de personas y que había acabado teloneando a Nacho Vegas en la misma ciudad en la que ayer triunfó.

Pablo Und Destruktion. Teatro Lara

Apenas 13 meses -y cerca de 100 conciertos- separan a un Pablo de otro. Un camino tan rápido como lógico para un proyecto con universo propio que engancha de primeras, un lugar en el que lo romántico, lo animal y lo espiritual se funden en canciones que son como la propia vida. Tras aquel “Sangrín” llegó el split “Funeral de estado” y meses más tarde se encerró junto a la Tribu del Trueno -la banda que acompaña a Pablo- en Peón (Asturias) para grabar “Vigorexia emocional”, un tercer álbum en el que decidió poner sobre la mesa sus vísceras y aliñarlas con un sonido atemporal en el que parecía aparcar la corriente industrial y vanguardista que había vestido parte de su música y que ayer volvió a recobrar protagonismo.

Crónica de Pablo Und Destruktion. Teatro Lara

El escenario del Lara era el lugar perfecto para ver el final de una búsqueda, la de un Pablo Und Destruktion que ya había demostrado que en directo es brillante pero que, hasta ayer, no habíamos podido ver en su mayor esplendor. Con la banda al completo, un sonido excepcional y un ambiente digno de las grandes citas, la puesta en escena  alcanzó su punto de eclosión cuando el asturiano interpretó los temas situados en la órbita del spoken word. Con “Busero español”, Pablo saltó a la platea, micro a dos manos, ya sin la chaqueta de amplias solapas con la que había comenzado y que le aporta ese look anacrónico. Avanzó por el pasillo, paseando su quijotesca figura y relatando aquella historia de cadenas de oro, fronteras y catarsis con la intensidad de quien lo cuenta por primera vez. Había pasado ya una hora desde que apareció sobre el escenario con los primeros compases de “Los días nos tragarán” y para entonces ya se sabía que el concierto que terminó con Nacho Vegas subido al escenario iba a ser un éxito.

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